Dr. Paulo Rosenbaum.
Jornal do
Brasil.
Jonh W.
Kluge, quien recibió el importante premio americano de ciencias humanas, junto
con Paul Ricoeur, FHC, al realizar su discurso de agradecimiento, introdujo un
tema relevante, tocando un área que trasciende a la sociología. Indicó que
necesitábamos encontrar una forma que “permita no solamente aumentar el PBI,
sino también el aumento de la felicidad en los países” quizás se refería a un
índice semejante a TF, es decir Tasa de Felicidad. En la investigación
epidemiológica, ya hay gran cantidad de cuestionarios de calidad de vida en
salud que evalúan los parámetros psíquicos e intentan diagnosticar el estatus
de felicidad de cada persona. Sin embargo,
esa psicometría todavía es un instrumento precario, que requiere
ajustes. Lo cierto es que tiende a universalizarse, y en un futuro próximo será
casi omnipresente en cualquier evaluación clínica, desde un acto quirúrgico a
un tratamiento ambulatorio.
Porqué?
Es la
felicidad, la que debería evaluar el grado de impacto que la vida y los
tratamientos producen en las personas. Es decir, más allá de la salud objetiva,
medida por tests de laboratorios, anamnesis, y exámenes subjetivos, será
obligatorio examinar mejor el impacto eco-ambiental, no sólo externo sino y
especialmente dentro, en la esfera interior de cada ciudadano. La importancia
de esto es obvia.
Uno de los
pilares de la democracia debería ser promover la libertad a través de la
justicia social, conjugada con una vida que incluya y concilie solidaridad y
bienestar de cada individuo. En una democracia real, la libertad merece ser el
ingrediente presente en todas las instancias. Así como la elección en la salud.
Sería obvio y probablemente consensual que también en el área salud tendríamos
el derecho de poder elegir y opinar. ¿Hemos asegurado el derecho de elección
cuando se trata de la salud?
Planteada de
esta manera, sabemos que de antemano la respuesta es: no! Vale decir que en el
área de la salud, no hay elección posible. Cuando alguien busca atención en
salud, sobre todo, (pero no exclusivamente en la esfera pública)
obligatoriamente se verá forzada a someterse al esquema padrón y a la hegemonía
incuestionable de la medicina estándar. Las medicinas complementarias están
prácticamente fuera del campo de elección de las personas, y esa decisión (es
bueno que todo contribuyente lo sepa) es exclusivamente política. Los pacientes
tienen que someterse, necesariamente, a las terapias caras y sofisticadas, y lo
peor es que muchas veces no es necesario. Es decir, si hay una máquina de
Resonancia Nuclear Magnética ociosa, alguien tiene que usarla y justificar así
los costos e inversiones, aunque en la arrolladora mayoría de los casos una
buena anamnesis también podría definir una hipótesis diagnóstica buena.
Reconocidas
y recomendadas por la OMS, las medicinas tradicionales y otras formas de actuar
terapéuticamente son las directrices que no se han incorporado a la mayoría de
los organismos gubernamentales como alternativa a los enormes costos
centralizados en atención hospitalaria. La ausencia de opción para el ciudadano
como derecho de elección acarrea presupuesto extra, y no solamente a los
usuarios del sistema público de salud sino también, indirectamente en la
práctica privada.
Así como
también crear reservas de mercado para ciertos nichos en la industria y
comercio, está vigente en el campo de la salud un arancel maquillado para que
no se descubra el trust. Recientemente, una prueba realizada por la ANS
(Agencia Nacional de Salud) descubrió más de 200 planes de salud que se
vendían, en un afán incontrolable de atrapar consumidores de clase C, sueños de
consumo imposibles. Los emprendedores de esta salud de mercado, que actúan abiertamente
en contra de médicos y pacientes, también supieron protegerse y eligieron
bolsones que garantizan un gran lucro y bajos riesgos. Con o sin felicidad se
determinan las reglas para sus conglomerados que van desde el plan de seguro de
salud hasta la industria farmacéutica, pasando por parques hospitalarios y
turismo terapéutico.
Las
medicinas complementarias, prácticas de costo mucho menor y que privilegian la
atención primaria de la salud, producirían un impacto altamente favorable si se
introdujeran en el SUS (Sistema Único de Salud) y por extensión natural a los
planes privados. Esto implica tanto disminuir costos por la racionalización en
el uso de medicamentos, así como menor consumo de procedimientos
invasivos. A pesar de que contamos con
un instrumento importante como la política trans-gubernamental y no partidaria que es la PNPICS (Política
Nacional de Prácticas Integradas y Complementarias), todas se colocan al margen
del ciclo productivo de los sistemas industriales que regulan la salud en Brasil.
Esta orientación detectada, no favorece ninguna buena pedagogía médica ni
tampoco la educación de los usuarios, cada vez más seducidos por la idea
discutible de que la última palabra en medicina siempre es el más nuevo
medicamento o la terapia recién salida del horno.
El
historiador de medicina Henri Sigerist, todavía a comienzos del siglo XX,
sugería que la única forma de verificar la seguridad y la real eficacia de las
terapias sería que centros independientes de investigación pudieran controlar y
diferenciar lo que realmente funciona, o no perjudica, de aquellos procedimientos inocuos o
aparentemente eficaces pero altamente nocivos. El Estado en complicidad con el
capitalismo salvaje nunca operó en forma tan abierta y cómoda. Cómo no es tan
lucrativo, es fácil deducir las razones del desprecio de nuestro derecho a
elección.
Solamente
una opinión pública crítica y activa puede modificar esto.En este caso,
la libertad de elección será un paso más en el recorrido hacia la felicidad.
Paulo Rosenbaum, es médico y escritor. Autor de “A verdade
lançada ao solo” Ed. Record.
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