LA INTERIORIDAD DE LOS MEDICAMENTOS

(1969)
Drs. Luis chiozza, Víctor laborde, enrique obstfeld
y Jorge pantolini 
Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis y colab. (1969b) “La interioridad de los
medicamentos”.
Ediciones en castellano
simposio 1969 (I Simposio del Centro de Investigación en Medicina
Psicosomática), t. II, cimp, Buenos Aires, 1969, págs. 139-145.
L. Chiozza,  Cuerpo, afecto y lenguaje, Paidós, Buenos Aires,
1976/1977, págs. 81-86.
Con un Apéndice A23
 y un Apéndice B se publicó en:
23
{El contenido del Apéndice A correspondía a algunos párrafos extraídos de un
prólogo a la presentación conjunta en el Centro de Investigación en Medicina
Psicosomática de este trabajo y el siguiente en este tomo, “Opio” [I] (Chiozza
y colab., 1969c), en 1969. Este texto fue incluido como comienzo de “La
interioridad de los medicamentos” (Chiozza y colab., 1969b), en las ediciones
de 1984, cuando fue publicado como primer apartado en Opio [II] (Chiozza y
colab., 1984c [1969-1983]) –éste incluyó, además, como segundo apartado,
“Diseño para una investigación farmacológica psicosomática”, trabajo de
1983, luego publicado independientemente (Chiozza, 1995o  [1984]), OC,
t. V; y, como tercer apartado, “Opio” [I]–, y de 1998, en Cuerpo, afecto y
lenguaje. Reproducimos aquí esos párrafos introductorios de los tres trabajos
reunidos en “Opio” [II]:
La idea medular de estos trabajos proviene de estructuras teóricas emanadas
de distintas ciencias. La dificultad principal para captar lo esencial de esa idea
(y sus consecuencias en el ejercicio de la medicina) reside en que estamos
consustanciados con las habituales nociones “lógicas” del espacio, el tiempo,
la materia, la idea, la energía, la vida, la conciencia, lo psíquico y el individuo,
que constituyen la base conceptual, generalmente latente, y hasta hace poco
inconmovible, de nuestra cultura. Es necesario tener esto en cuenta para no
confundir el pensamiento que exponemos aquí con un ingenuo retorno al
animismo primitivo.
La teoría que proponemos en parte se nutre, y en parte confluye, con los
conceptos de materia, energía, espacio y tiempo en un continuo cuatridimensional, postulados a partir de Einstein, con la aplicación de la teoría fisicomatemática de campo a los fenómenos social-psicológicos y de percepción
extrasensorial realizada por Wasserman, con el concepto de interioridad formulado por Portmann, con la interpretación de la zona limítrofe entre lo vivo
y lo no vivo realizada por Schrödinger, con el manejo de la comunicación y la
teoría de la información en la cibernética creada por Wiener, con el concepto
de ello como capacidad creadora de formas elaborado por Groddeck, con la L. Chiozza, Trama y figura del enfermar y del psicoanalizar, Biblioteca
del ccmw-Paidós, Buenos Aires, 1980, págs. 167-176.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In
Context, Buenos Aires, 1995.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In
Context, Buenos Aires, 1996.
Con los apéndices incluidos en el texto se publicó en:
L. Chiozza,  Cuerpo, afecto y lenguaje, Alianza Editorial, Buenos
Aires, 1998, págs. 153-160.
Traducción al italiano
“L’interiorità dei medicamenti”, en L. Chiozza,  Corpo, affetto e
linguaggio. Psicoanalisi e malattia somatica, Loescher Editore, Turín,
1981, págs. 134-141.
Este artículo se incluyó como primer apartado de “Opio” [II] (Chiozza y
colab., 1984c [1969-1983]).
noción de genio medicamentoso fundada por Hahnemann y con el contenido
“social” de la teoría psicoanalítica de las relaciones de objeto.
Mencionamos esas teorías, que conocemos de manera parcial e incompleta,
porque nuestro interés en el psicoanálisis nos conduce hasta el punto en que
nuestra ciencia confluye con los aportes de otras disciplinas.
La idea medular lleva en su esencia la afirmación de que toda interpretación,
sea, o no, psicoanalítica, sea verbal, preverbal, o “psicodramática”,  es o
se manifiesta como una sustancia “medicamentosa” y, a la vez, como un
campo genético que quizás, algún día, se pueda formular matemáticamente.
Análogamente, los actos terapéuticos más diversos, por ejemplo quirúrgicos
o fisioterápicos, tanto como  las sustancias medicamentosas, alimenticias,
tóxicas, enzimáticas u hormonales, constituyen fantasías genéticas y
específicas, “códigos de información”, “unidades” discretas de una energía
cualitativa que se manifiesta de manera potencial o cinética, estructuras que
son interpretaciones capaces de un efecto mutativo cuya índole es en última
esencia similar al efecto de una formulación verbal psicoanalítica lograda.
Encontramos en el pensamiento de Freud un antecedente parcial para estas
ideas, cuando pronostica que llegará un día en que los progresos de la química
y de la biología harán posible hallar las sustancias que permitirán influir en
los procesos estudiados por el psicoanálisis.}El concepto de lo psíquico plantea innumerables problemas en cuanto a
sus posibilidades de aplicación en los diferentes desarrollos, especialmente
en los más primitivos, de la organización biológica.
Pero hay algo que hace de todo ser vivo lo que ese ser es, un ámbito
subjetivo no espacial, que presuponemos presente aun en los organismos
más primitivos, y para denominar el cual, evitando una estéril polémica
acerca de lo anímico, preferimos utilizar el término “interioridad” propuesto por el biólogo Adolf Portmann (1954).
Schrödinger (1944), desde el campo de la física teórica, ha intentado definir las estructuras que constituyen la frontera entre lo vivo, lo animado, y lo
inorgánico, inanimado. Según nos muestra Schrödinger, no existe una neta
solución de continuidad, más fácil de concebir en la teoría o más fácil de extraer de la tosca evidencia cotidiana que de la microestructura de los hechos
biológicos y físicos estudiados a la luz de una prolija formulación teórica.
Desde un ángulo totalmente distinto, Wiener (1964), el creador de la cibernética, sostiene que es conceptualmente imposible distinguir entre un cierto
tipo de máquinas modernas y los seres que poseen las cualidades de la vida
24
.
Puede pensarse que lo vivo y lo no vivo son diferentes, y que es sólo la imperfección de la teoría del aparato para pensar que el hombre posee, o la imperfección del instrumento que registra las cualidades de los hechos, aquello que
nos lleva a confundir los límites de lo vivo y lo no vivo, llamado inanimado.
Pero ¿qué sentido tiene semejante pregunta? Digámoslo con un ejemplo: podemos decir que una palmera pertenece al reino vegetal y que un
24
Este tema ha sido retomado recientemente por Hofstadter y Dennet (1981) y
desarrollado extensamente.104 Luis Chiozza
elefante pertenece al reino animal, pero, cuando se trata de una bacteria,
¿resulta pertinente afirmar que no podemos descubrir a qué reino pertenece?
Parece mucho más sensato convenir en que los conceptos animal y vegetal
han sido creados a partir del elefante y la palmera, y sin tener en cuenta
ese fragmento de realidad representado por la bacteria; son pues conceptos
impertinentes a la bacteria. De la misma manera, una molécula de aquella
nucleoproteína que contiene una determinada información genética, y que
posee una constitución química similar a la de los virus, nos enfrenta con un
dilema semejante y nos lleva a replantear el concepto de lo vivo.
El ánima o alma, que fuera característica esencial de lo vivo, se ha ido
transformando insensiblemente, sin solución de continuidad alguna, en un
“frío” y “mecánico” código de información que, como un virus, puede “injertarse” y es capaz de “nacer”, “crecer”, “reproducirse” y “morir”, creando en todo momento su “propio e indeterminado” programa de trabajo, lo
cual, por supuesto, tiene cada vez menos de frío y de mecánico.
Las sustancias llamadas inanimadas, entre las cuales se encuentran los
medicamentos, también deben poseer, en forma de una fantasía específica,
la “interioridad” que atribuye Portmann a los seres vivos (Chiozza, 1970l
[1968]). Esto se parece de una manera indeseada al animismo primitivo,
que es un producto del pensamiento mágico; pero si tenemos en cuenta los
nuevos desarrollos de la ciencia y sus consecuencias teóricas, esta semejanza con el pensamiento primitivo es sólo aparente.
Hoy podemos replantearnos preguntas que la ciencia, a fuerza de contestarlas de una manera pragmática, mediante una evidencia intuitiva, llegó a
abandonar como inoperantes. Pero las condiciones han cambiado, y eso permite sospechar que ya han dejado de ser inoperantes. Podemos preguntarnos: ese
trozo de lo vivo que constituye el alimento, la hormona, el medicamento, ¿deja
de estar vivo por ser sólo un trozo de lo vivo? Aquello que llamamos sustancias
orgánicas –derivadas del carbono–, ¿es algo que supone lo no vivo? y aun las
sustancias inorgánicas, ¿suponen lo no vivo? ¿Dónde se deshace la “interioridad”? ¿Dónde deja de estar? y esos trozos que contienen por lo menos “algo”
de “interioridad”, ¿pueden inyectarse o transferirse a otras interioridades? Tal
vez haya llegado el momento de preguntarse: ¿qué es esta “interioridad”
25
?
25
Desde la época de la publicación original de este trabajo, 1969, Mind and nature,
de Bateson (1979), y L’esprit cet inconnue, de Charon (1977), aportaron, años
antes de que la existencia de los virus de computadora motivara reflexiones
semejantes, nuevas construcciones teóricas que pueden enriquecer este tema.
Bateson establece una lista de criterios que permiten, a su juicio, sostener que un
agregado o sistema particular puede ser considerado como psíquico. Son los siguientes: 1) La psiquis (mind) es un agregado o interacción de partes o componen-obras CompLetas  •  tomo iii 105
Sostenemos que aquello que denominamos cuerpo, órganos, tejidos, células, o más simple y generalmente la existencia material del ser vivo, constituye,
tes. 2) La interacción entre partes de la psiquis es desencadenada o “gatillada” por
diferencias (la diferencia es un fenómeno no sustancial, no localizado en el espacio
ni en el tiempo, que se relaciona con la negentropía y con la entropía más que con
la energía). 3) El proceso psíquico requiere energía colateral. 4) El proceso psíquico
requiere cadenas de determinación circulares o más complejas aún. 5) En los procesos psíquicos los efectos de la diferencia han de ser considerados como transformaciones (por ejemplo, versiones codificadas) de eventos que los preceden. (Las
reglas de tales transformaciones deben ser comparativamente estables, más estables,
por ejemplo, que su contenido, pero ellas mismas están sujetas a transformación.)
6) La descripción y clasificación de estos procesos de transformación muestran una
jerarquía de tipos lógicos inmanentes en el fenómeno. Insistamos aquí en que Bateson encuentra, siguiendo estos criterios, sistemas psíquicos transindividuales en
los más variados interjuegos de la vida. ya en Pasos hacia una ecología de la mente
(Bateson, 1972) encontramos una lograda “metáfora” donde Adán, Eva, Dios y el
Paraíso ejemplifican o representan propiedades o características de un ecosistema.
Charon sostiene que lo psíquico puede ser equiparado al universo de la antimateria y
que los electrones, como “agujeros negros” similares a los de ciertas estrellas enanas
en las cuales la gravedad es tan intensa que ni siquiera permite que la luz escape a su
fuerza, son los puntos limítrofes entre ambos universos. En el universo “normal” opera el segundo principio de la termodinámica, según el cual la entropía, equiparable
al desorden y la degradación de la información, es creciente, y la negentropía, por lo
tanto, decreciente. En el antiuniverso, en cambio, el orden o negentropía es creciente,
y la información, por consiguiente, no se degrada jamás. Este antiuniverso, en el cual
el espacio es irreversible (pues nada de lo que recorre la dirección de “entrada” puede
“volver” a salir) y el tiempo es reversible (puesto que, al contrario de lo que observamos en la vida cotidiana, un jarrón roto en mil fragmentos, es decir “desordenado”,
tiende a reorganizarse espontáneamente a partir de ellos), es equivalente al universo
de lo psíquico, en el cual la información tiende continuamente a enriquecerse.
Tanto uno como otro autor se acercan así, desde distintos ángulos, a los conceptos
que aquí sostenemos, simbolizados en la metáfora con la cual finaliza este artículo.
Citemos, además, las siguientes palabras de Raymond Ruyer: “En el hombre el
cerebro es un área orgánica que permanece indefinidamente en el estado de esbozo
embrionario, de manera que pueda reproducir, sin comprometerse orgánicamente,
órganos externos, útiles y máquinas, mientras que los otros esbozos embrionarios se
diferencian en el lugar, irreversiblemente, en órganos internos. Que el esbozo cardíaco
devenga corazón, o el esbozo nervioso, cerebro, no es un fenómeno diferente de aquel
por el cual el cerebro adulto es, a su turno, una especie de esbozo para la realización, en
técnica externa, de bombas industriales o de máquinas de calcular, según un estado ya
dado de la cultura humana, del mismo modo que la embriogénesis de los órganos y de
los aparatos orgánicos se opera según el estado alcanzado por la técnica interna, según
la fase lograda por la ‘cultura’ orgánica” (Ruyer, 1974, págs. 160-161). {El contenido
de esta nota corresponde al Apéndice B escrito para la edición de este artículo en
1980, en Trama y figura del enfermar y del psicoanalizar (Chiozza, 1980a).}106 Luis Chiozza
desde otro ángulo de observación y “al mismo tiempo”, una fantasía específica. Por específica queremos significar propia de una determinada y particular
realidad material. Es decir que puede ser distinta de otra, que su conexión con
aquello que llamamos lo material es propia y particular. La idea o fantasía específica es aquello inherente, inseparable de una determinada materia, en cuanto
ambas se constituyen recíprocamente o dependiendo de un mismo proceso.
Desde este punto de vista, química, física, biología y psicología vendrían a confluir en un enfoque estructural en donde “la configuración de
una estructura” es la fantasía que en un ser vivo se manifiesta groseramente
como ese ámbito subjetivo que Portmann llama la “interioridad”.
Estamos acostumbrados a decir que el hombre proyecta o transfiere fantasías sobre los alimentos y sobre los medicamentos. Pero además de estas
fantasías proyectadas que “revisten” los objetos, por decirlo así, con la imago de un pecho bueno o un pecho malo, y que pueden incluso transformar
esos objetos en su misma intimidad, existe esa intimidad del objeto. La fórmula química de una sustancia es una configuración, y esa configuración o
fórmula la distingue en el carácter de su acción, en su conducta, constituye
su “alma”. Esa fórmula “vive” y se transforma en su contacto con otras fórmulas que constituyen su mundo “social”. “Afuera” o “adentro” de aquello
que denominamos hombre, planta o animal son términos que poco significan
si miramos al mundo con el anteojo de la química.
Ser ingerido, metabolizado, excretado, fijado a los tejidos, son vicisitudes
en la “vida” de un alimento, de un tóxico o de un medicamento. Su identidad
suele transformarse entonces tan completamente como para que sea necesario
y útil cambiar el nombre en los diversos estados de esos procesos.
En el lenguaje habitual utilizamos a veces los mismos términos para hablar de aquello que se considera vivo y de aquello que se considera inanimado. Así ocurre por ejemplo con el término “identidad”, o con “el nombre”, o
con “el carácter”, que se aplican tanto a un sujeto como a una sustancia.
Aquello que llamamos alimentación, intoxicación, terapéutica, constituye, desde este nuestro punto de vista, una interrelación entre “dos” interioridades que en nada se diferencia, enfocado desde este ángulo, de lo que
ocurre cuando “dos” interioridades se unen en un campo transferencial-contratransferencial. En este último caso, la “fórmula” de interrelación suele
adquirir la manera que denominamos formulación de una interpretación.
Esta nueva “fórmula”, la interpretación, nacida desde el “metabolismo”
del analista, también constituye una estructuración configuracional, una interioridad que, “separada” de la interioridad que la produce, ingresa en la interioridad que la recibe, el paciente. Allí se combina, se transforma y constituye así
otra nueva fórmula –¡un derivado!–: la interpretación que hace el paciente de obras CompLetas  •  tomo iii 107
la interpretación del médico. Hemos simplificado ex profeso las cosas al suponer a las interioridades interrelacionadas pero funcionando separadamente; en
otro lugar estudiamos la estructuración del campo transferencia-contratransferencia como una “doble” –múltiple– interioridad (Chiozza, 1970l [1968]).
¿Pero el suero antidiftérico no es, por decirlo así, la “interpretación”
como un producto de la “contrarresistencia” que hace el caballo para su
propio uso, frente a la “transferencia” del bacilo diftérico? Esta “formulación equina” de la interpretación, convertida en sustancia medicamentosa,  puede ser recetada por un médico que sólo conozca los síntomas
“externos” de la difteria y aplicada exitosamente por un enfermero que ni
siquiera necesita saber eso.
El caballo, desde la intimidad de su interioridad, ha “formulado la interpretación” que el hombre ha sabido provocar, descubrir y aislar para su
propio provecho, aun sin comprender del todo su íntimo contenido. De una
manera semejante, un estudiante de una escuela elemental puede utilizar
exitosamente, como si fuera una fórmula mágica, sin comprender su contenido, la fórmula 2π x r, que comunica a quien la entiende la constancia
de las relaciones entre el radio y la circunferencia.
Formular esa relación entre el radio y la circunferencia exige la actividad determinada (en este caso conciente) de una interioridad que, como en
el caso del caballo, experimentó un proceso y formuló, y exigió el producto
de la evolución de siglos en la mente del hombre. Pero análogamente a lo
que ocurre con la morfina, esta formulación puede ser utilizada exitosamente por el hombre incapaz de crearla. Cada uno de nosotros puede utilizar un teléfono, una regla de cálculo, una IBM, o “consumir” una ampolla
de digital, sin comprender la teoría necesaria para su realización (tanto sea
en la fábrica como en la planta vegetal) o implícita en su funcionamiento.
Pensamos que el farmacólogo, acostumbrado a manejarse con “funciones” químicas cuyo “carácter” llega a conocer, es capaz de sintetizar “intuitivamente” nuevos derivados cada vez más eficaces, de una manera que se
nos antoja semejante a la creación, por parte del analista, de representaciones
sustitutivas cada vez más adecuadas que llamamos interpretaciones.
Considerarlo así nos permite poner en duda el que la represión implícita en una prescripción medicamentosa y llamada habitualmente supresión
del síntoma, sea en principio y en teoría más dañosa que la interpretación
psicoanalítica, ya que siendo el efecto en cierta forma semejante, lo único
que diferencia desde este punto de vista la acción farmacológica de la acción psicoanalítica es que en la primera la acción suele ser única o por lo
menos estereotipada, y en esta última existe una permanente apertura del
campo y una reforma continua del agente terapéutico.108 Luis Chiozza
Resulta tentador pensar para un futuro en la existencia de un laboratorio “psicoanalítico” capaz de sintetizar continuamente “sustancias-interpretaciones” capaces de transformar la enfermedad en manos de quien no
comprende su interioridad, y prescriptas por aquellos que fueran capaces
de comprender solamente los sutiles matices de sus síntomas “externos”.
El “hombre” psicoanalista es hoy ese laboratorio, e ignoramos todavía
si algún día podrá “externalizarlo” y “disociar” de esta labor la “prescripción” y “aplicación” del remedio.
Queremos terminar con una metáfora, que hemos construido inspirados en Las ruinas circulares de Borges (1957a), aunque sólo nos sirva para
enriquecer la fantasía.
Pensaron...
Pensaron que un dios llamado Marciano fue creando, como producto
de una lenta evolución, las máquinas mineral, vegetal, animal y humana,
interrelacionadas entre sí por fenómenos como la fotosíntesis o la fecundación de las flores por los insectos.
Pensaron que éstas funcionaron así, interrelacionadas entre sí, durante
milenios, y que una de estas máquinas, el hombre, sintiéndose viva, e incapaz de conocer la fórmula de los circuitos impresos “pensados” por el dios
Marciano, y que la han hecho posible, tomó a estas fórmulas por sustancias
esenciales, “no pensadas”, existentes “de por sí”, y vacías de la “interioridad” que él poseía. Pensaron que por eso lo asombró al hombre durante un
tiempo la “casualidad” de que pudieran inyectarse a un ser humano, y con
un efecto definido, “transistores” que, como la morfina, provenían de una
planta vegetal a la cual éste no reconocía del todo como hermana.
Pensaron que esto no había cambiado, que el hombre, un robot capaz de
trazar su propio programa, dio en crear a su vez a una máquina llamada cibernética, que estando casi tan “viva” como él, lo llevó a sentirse máquina y
Dios al mismo tiempo, y a suponer que el mismo Dios habría de preguntarse,
cuando observaba al hombre, surgido del programa que él mismo continuamente se creaba, cuál sería la fórmula de su propio circuito “divino”.
sólo al salir de “las ruinas circulares” pudieron las máquinas comprender que Dios crecía junto con ellas en la estructura del conjunto, al cual ellas
iban dando cada vez más vida y más “interioridad”, interrelacionadas entre
sí. y que desde la misma intimidad elemental de la trama “mineral y viva”
nacían las raíces de Dios junto con ellas, las máquinas, en cada sustancia.

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LA INTERIORIDAD DE
LOS MEDICAMENTOS
(1969)

luis chiozza, Víctor laborde, enrique obstfeld
y Jorge pantolini

Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis y colab. (1969b) “La interioridad de los
medicamentos”.

Ediciones en castellano
simposio 1969 (I Simposio del Centro de Investigación en Medicina
Psicosomática), t. II, cimp, Buenos Aires, 1969, págs. 139-145.
L. Chiozza,  Cuerpo, afecto y lenguaje, Paidós, Buenos Aires,
1976/1977, págs. 81-86.
Con un Apéndice A23
 y un Apéndice B se publicó en:
23
{El contenido del Apéndice A correspondía a algunos párrafos extraídos de un
prólogo a la presentación conjunta en el Centro de Investigación en Medicina
Psicosomática de este trabajo y el siguiente en este tomo, “Opio” [I] (Chiozza
y colab., 1969c), en 1969. Este texto fue incluido como comienzo de “La
interioridad de los medicamentos” (Chiozza y colab., 1969b), en las ediciones
de 1984, cuando fue publicado como primer apartado en Opio [II] (Chiozza y
colab., 1984c [1969-1983]) –éste incluyó, además, como segundo apartado,
“Diseño para una investigación farmacológica psicosomática”, trabajo de
1983, luego publicado independientemente (Chiozza, 1995o  [1984]), OC,
t. V; y, como tercer apartado, “Opio” [I]–, y de 1998, en Cuerpo, afecto y
lenguaje. Reproducimos aquí esos párrafos introductorios de los tres trabajos
reunidos en “Opio” [II]:
La idea medular de estos trabajos proviene de estructuras teóricas emanadas
de distintas ciencias. La dificultad principal para captar lo esencial de esa idea
(y sus consecuencias en el ejercicio de la medicina) reside en que estamos
consustanciados con las habituales nociones “lógicas” del espacio, el tiempo,
la materia, la idea, la energía, la vida, la conciencia, lo psíquico y el individuo,
que constituyen la base conceptual, generalmente latente, y hasta hace poco
inconmovible, de nuestra cultura. Es necesario tener esto en cuenta para no
confundir el pensamiento que exponemos aquí con un ingenuo retorno al
animismo primitivo.
La teoría que proponemos en parte se nutre, y en parte confluye, con los
conceptos de materia, energía, espacio y tiempo en un continuo cuatridimensional, postulados a partir de Einstein, con la aplicación de la teoría fisicomatemática de campo a los fenómenos social-psicológicos y de percepción
extrasensorial realizada por Wasserman, con el concepto de interioridad formulado por Portmann, con la interpretación de la zona limítrofe entre lo vivo
y lo no vivo realizada por Schrödinger, con el manejo de la comunicación y la
teoría de la información en la cibernética creada por Wiener, con el concepto
de ello como capacidad creadora de formas elaborado por Groddeck, con la L. Chiozza, Trama y figura del enfermar y del psicoanalizar, Biblioteca
del ccmw-Paidós, Buenos Aires, 1980, págs. 167-176.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In
Context, Buenos Aires, 1995.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In
Context, Buenos Aires, 1996.
Con los apéndices incluidos en el texto se publicó en:
L. Chiozza,  Cuerpo, afecto y lenguaje, Alianza Editorial, Buenos
Aires, 1998, págs. 153-160.

Traducción al italiano
“L’interiorità dei medicamenti”, en L. Chiozza,  Corpo, affetto e
linguaggio. Psicoanalisi e malattia somatica, Loescher Editore, Turín,
1981, págs. 134-141.
Este artículo se incluyó como primer apartado de “Opio” [II] (Chiozza y
colab., 1984c [1969-1983])

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noción de genio medicamentoso fundada por Hahnemann y con el contenido
“social” de la teoría psicoanalítica de las relaciones de objeto.
Mencionamos esas teorías, que conocemos de manera parcial e incompleta,
porque nuestro interés en el psicoanálisis nos conduce hasta el punto en que
nuestra ciencia confluye con los aportes de otras disciplinas.
La idea medular lleva en su esencia la afirmación de que toda interpretación,
sea, o no, psicoanalítica, sea verbal, preverbal, o “psicodramática”,  es o
se manifiesta como una sustancia “medicamentosa” y, a la vez, como un
campo genético que quizás, algún día, se pueda formular matemáticamente.
Análogamente, los actos terapéuticos más diversos, por ejemplo quirúrgicos
o fisioterápicos, tanto como  las sustancias medicamentosas, alimenticias,
tóxicas, enzimáticas u hormonales, constituyen fantasías genéticas y
específicas, “códigos de información”, “unidades” discretas de una energía
cualitativa que se manifiesta de manera potencial o cinética, estructuras que
son interpretaciones capaces de un efecto mutativo cuya índole es en última
esencia similar al efecto de una formulación verbal psicoanalítica lograda.
Encontramos en el pensamiento de Freud un antecedente parcial para estas
ideas, cuando pronostica que llegará un día en que los progresos de la química
y de la biología harán posible hallar las sustancias que permitirán influir en
los procesos estudiados por el psicoanálisis.}

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El concepto de lo psíquico plantea innumerables problemas en cuanto a
sus posibilidades de aplicación en los diferentes desarrollos, especialmente
en los más primitivos, de la organización biológica.
Pero hay algo que hace de todo ser vivo lo que ese ser es, un ámbito
subjetivo no espacial, que presuponemos presente aun en los organismos
más primitivos, y para denominar el cual, evitando una estéril polémica
acerca de lo anímico, preferimos utilizar el término “interioridad” propuesto por el biólogo Adolf Portmann (1954).
Schrödinger (1944), desde el campo de la física teórica, ha intentado definir las estructuras que constituyen la frontera entre lo vivo, lo animado, y lo
inorgánico, inanimado. Según nos muestra Schrödinger, no existe una neta
solución de continuidad, más fácil de concebir en la teoría o más fácil de extraer de la tosca evidencia cotidiana que de la microestructura de los hechos
biológicos y físicos estudiados a la luz de una prolija formulación teórica.
Desde un ángulo totalmente distinto, Wiener (1964), el creador de la cibernética, sostiene que es conceptualmente imposible distinguir entre un cierto
tipo de máquinas modernas y los seres que poseen las cualidades de la vida
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Este tema ha sido retomado recientemente por Hofstadter y Dennet (1981) y
desarrollado extensamente.
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Puede pensarse que lo vivo y lo no vivo son diferentes, y que es sólo la imperfección de la teoría del aparato para pensar que el hombre posee, o la imperfección del instrumento que registra las cualidades de los hechos, aquello que
nos lleva a confundir los límites de lo vivo y lo no vivo, llamado inanimado.
Pero ¿qué sentido tiene semejante pregunta? Digámoslo con un ejemplo: podemos decir que una palmera pertenece al reino vegetal y que un elefante pertenece al reino animal, pero, cuando se trata de una bacteria,
¿resulta pertinente afirmar que no podemos descubrir a qué reino pertenece?
Parece mucho más sensato convenir en que los conceptos animal y vegetal
han sido creados a partir del elefante y la palmera, y sin tener en cuenta
ese fragmento de realidad representado por la bacteria; son pues conceptos
impertinentes a la bacteria. De la misma manera, una molécula de aquella
nucleoproteína que contiene una determinada información genética, y que
posee una constitución química similar a la de los virus, nos enfrenta con un
dilema semejante y nos lleva a replantear el concepto de lo vivo.
El ánima o alma, que fuera característica esencial de lo vivo, se ha ido
transformando insensiblemente, sin solución de continuidad alguna, en un
“frío” y “mecánico” código de información que, como un virus, puede “injertarse” y es capaz de “nacer”, “crecer”, “reproducirse” y “morir”, creando en todo momento su “propio e indeterminado” programa de trabajo, lo
cual, por supuesto, tiene cada vez menos de frío y de mecánico.
Las sustancias llamadas inanimadas, entre las cuales se encuentran los
medicamentos, también deben poseer, en forma de una fantasía específica,
la “interioridad” que atribuye Portmann a los seres vivos (Chiozza, 1970l
[1968]). Esto se parece de una manera indeseada al animismo primitivo,
que es un producto del pensamiento mágico; pero si tenemos en cuenta los
nuevos desarrollos de la ciencia y sus consecuencias teóricas, esta semejanza con el pensamiento primitivo es sólo aparente.
Hoy podemos replantearnos preguntas que la ciencia, a fuerza de contestarlas de una manera pragmática, mediante una evidencia intuitiva, llegó a
abandonar como inoperantes. Pero las condiciones han cambiado, y eso permite sospechar que ya han dejado de ser inoperantes. Podemos preguntarnos: ese
trozo de lo vivo que constituye el alimento, la hormona, el medicamento, ¿deja
de estar vivo por ser sólo un trozo de lo vivo? Aquello que llamamos sustancias
orgánicas –derivadas del carbono–, ¿es algo que supone lo no vivo? y aun las
sustancias inorgánicas, ¿suponen lo no vivo? ¿Dónde se deshace la “interioridad”? ¿Dónde deja de estar? y esos trozos que contienen por lo menos “algo”
de “interioridad”, ¿pueden inyectarse o transferirse a otras interioridades? Tal
vez haya llegado el momento de preguntarse: ¿qué es esta “interioridad”
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25
Desde la época de la publicación original de este trabajo, 1969, Mind and nature,
de Bateson (1979), y L’esprit cet inconnue, de Charon (1977), aportaron, años
antes de que la existencia de los virus de computadora motivara reflexiones
semejantes, nuevas construcciones teóricas que pueden enriquecer este tema.
Bateson establece una lista de criterios que permiten, a su juicio, sostener que un
agregado o sistema particular puede ser considerado como psíquico. Son los siguientes: 1) La psiquis (mind) es un agregado o interacción de partes o componentes. 2) La interacción entre partes de la psiquis es desencadenada o “gatillada” por
diferencias (la diferencia es un fenómeno no sustancial, no localizado en el espacio
ni en el tiempo, que se relaciona con la negentropía y con la entropía más que con
la energía). 3) El proceso psíquico requiere energía colateral. 4) El proceso psíquico
requiere cadenas de determinación circulares o más complejas aún. 5) En los procesos psíquicos los efectos de la diferencia han de ser considerados como transformaciones (por ejemplo, versiones codificadas) de eventos que los preceden. (Las
reglas de tales transformaciones deben ser comparativamente estables, más estables,
por ejemplo, que su contenido, pero ellas mismas están sujetas a transformación.)
6) La descripción y clasificación de estos procesos de transformación muestran una
jerarquía de tipos lógicos inmanentes en el fenómeno. Insistamos aquí en que Bateson encuentra, siguiendo estos criterios, sistemas psíquicos transindividuales en
los más variados interjuegos de la vida. ya en Pasos hacia una ecología de la mente
(Bateson, 1972) encontramos una lograda “metáfora” donde Adán, Eva, Dios y el
Paraíso ejemplifican o representan propiedades o características de un ecosistema.
Charon sostiene que lo psíquico puede ser equiparado al universo de la antimateria y
que los electrones, como “agujeros negros” similares a los de ciertas estrellas enanas
en las cuales la gravedad es tan intensa que ni siquiera permite que la luz escape a su
fuerza, son los puntos limítrofes entre ambos universos. En el universo “normal” opera el segundo principio de la termodinámica, según el cual la entropía, equiparable
al desorden y la degradación de la información, es creciente, y la negentropía, por lo
tanto, decreciente. En el antiuniverso, en cambio, el orden o negentropía es creciente,
y la información, por consiguiente, no se degrada jamás. Este antiuniverso, en el cual
el espacio es irreversible (pues nada de lo que recorre la dirección de “entrada” puede
“volver” a salir) y el tiempo es reversible (puesto que, al contrario de lo que observamos en la vida cotidiana, un jarrón roto en mil fragmentos, es decir “desordenado”,
tiende a reorganizarse espontáneamente a partir de ellos), es equivalente al universo
de lo psíquico, en el cual la información tiende continuamente a enriquecerse.
Tanto uno como otro autor se acercan así, desde distintos ángulos, a los conceptos
que aquí sostenemos, simbolizados en la metáfora con la cual finaliza este artículo.
Citemos, además, las siguientes palabras de Raymond Ruyer: “En el hombre el
cerebro es un área orgánica que permanece indefinidamente en el estado de esbozo
embrionario, de manera que pueda reproducir, sin comprometerse orgánicamente,
órganos externos, útiles y máquinas, mientras que los otros esbozos embrionarios se
diferencian en el lugar, irreversiblemente, en órganos internos. Que el esbozo cardíaco
devenga corazón, o el esbozo nervioso, cerebro, no es un fenómeno diferente de aquel
por el cual el cerebro adulto es, a su turno, una especie de esbozo para la realización, en
técnica externa, de bombas industriales o de máquinas de calcular, según un estado ya
dado de la cultura humana, del mismo modo que la embriogénesis de los órganos y de
los aparatos orgánicos se opera según el estado alcanzado por la técnica interna, según
la fase lograda por la ‘cultura’ orgánica” (Ruyer, 1974, págs. 160-161). {El contenido
de esta nota corresponde al Apéndice B escrito para la edición de este artículo en
1980, en Trama y figura del enfermar y del psicoanalizar (Chiozza, 1980a).}
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desde otro ángulo de observación y “al mismo tiempo”, una fantasía específica. Por específica queremos significar propia de una determinada y particular
realidad material. Es decir que puede ser distinta de otra, que su conexión con
aquello que llamamos lo material es propia y particular. La idea o fantasía específica es aquello inherente, inseparable de una determinada materia, en cuanto
ambas se constituyen recíprocamente o dependiendo de un mismo proceso.
Desde este punto de vista, química, física, biología y psicología vendrían a confluir en un enfoque estructural en donde “la configuración de
una estructura” es la fantasía que en un ser vivo se manifiesta groseramente
como ese ámbito subjetivo que Portmann llama la “interioridad”.
Estamos acostumbrados a decir que el hombre proyecta o transfiere fantasías sobre los alimentos y sobre los medicamentos. Pero además de estas
fantasías proyectadas que “revisten” los objetos, por decirlo así, con la imago de un pecho bueno o un pecho malo, y que pueden incluso transformar
esos objetos en su misma intimidad, existe esa intimidad del objeto. La fórmula química de una sustancia es una configuración, y esa configuración o
fórmula la distingue en el carácter de su acción, en su conducta, constituye
su “alma”. Esa fórmula “vive” y se transforma en su contacto con otras fórmulas que constituyen su mundo “social”. “Afuera” o “adentro” de aquello
que denominamos hombre, planta o animal son términos que poco significan
si miramos al mundo con el anteojo de la química.
Ser ingerido, metabolizado, excretado, fijado a los tejidos, son vicisitudes
en la “vida” de un alimento, de un tóxico o de un medicamento. Su identidad
suele transformarse entonces tan completamente como para que sea necesario
y útil cambiar el nombre en los diversos estados de esos procesos.
En el lenguaje habitual utilizamos a veces los mismos términos para hablar de aquello que se considera vivo y de aquello que se considera inanimado. Así ocurre por ejemplo con el término “identidad”, o con “el nombre”, o
con “el carácter”, que se aplican tanto a un sujeto como a una sustancia.
Aquello que llamamos alimentación, intoxicación, terapéutica, constituye, desde este nuestro punto de vista, una interrelación entre “dos” interioridades que en nada se diferencia, enfocado desde este ángulo, de lo que
ocurre cuando “dos” interioridades se unen en un campo transferencial-contratransferencial. En este último caso, la “fórmula” de interrelación suele
adquirir la manera que denominamos formulación de una interpretación.
Esta nueva “fórmula”, la interpretación, nacida desde el “metabolismo”
del analista, también constituye una estructuración configuracional, una interioridad que, “separada” de la interioridad que la produce, ingresa en la interioridad que la recibe, el paciente. Allí se combina, se transforma y constituye así
otra nueva fórmula –¡un derivado!–: la interpretación que hace el paciente de obras CompLetas  •  tomo iii 107
la interpretación del médico. Hemos simplificado ex profeso las cosas al suponer a las interioridades interrelacionadas pero funcionando separadamente; en
otro lugar estudiamos la estructuración del campo transferencia-contratransferencia como una “doble” –múltiple– interioridad (Chiozza, 1970l [1968]).
¿Pero el suero antidiftérico no es, por decirlo así, la “interpretación”
como un producto de la “contrarresistencia” que hace el caballo para su
propio uso, frente a la “transferencia” del bacilo diftérico? Esta “formulación equina” de la interpretación, convertida en sustancia medicamentosa,  puede ser recetada por un médico que sólo conozca los síntomas
“externos” de la difteria y aplicada exitosamente por un enfermero que ni
siquiera necesita saber eso.
El caballo, desde la intimidad de su interioridad, ha “formulado la interpretación” que el hombre ha sabido provocar, descubrir y aislar para su
propio provecho, aun sin comprender del todo su íntimo contenido. De una
manera semejante, un estudiante de una escuela elemental puede utilizar
exitosamente, como si fuera una fórmula mágica, sin comprender su contenido, la fórmula 2π x r, que comunica a quien la entiende la constancia
de las relaciones entre el radio y la circunferencia.
Formular esa relación entre el radio y la circunferencia exige la actividad determinada (en este caso conciente) de una interioridad que, como en
el caso del caballo, experimentó un proceso y formuló, y exigió el producto
de la evolución de siglos en la mente del hombre. Pero análogamente a lo
que ocurre con la morfina, esta formulación puede ser utilizada exitosamente por el hombre incapaz de crearla. Cada uno de nosotros puede utilizar un teléfono, una regla de cálculo, una IBM, o “consumir” una ampolla
de digital, sin comprender la teoría necesaria para su realización (tanto sea
en la fábrica como en la planta vegetal) o implícita en su funcionamiento.
Pensamos que el farmacólogo, acostumbrado a manejarse con “funciones” químicas cuyo “carácter” llega a conocer, es capaz de sintetizar “intuitivamente” nuevos derivados cada vez más eficaces, de una manera que se
nos antoja semejante a la creación, por parte del analista, de representaciones
sustitutivas cada vez más adecuadas que llamamos interpretaciones.
Considerarlo así nos permite poner en duda el que la represión implícita en una prescripción medicamentosa y llamada habitualmente supresión
del síntoma, sea en principio y en teoría más dañosa que la interpretación
psicoanalítica, ya que siendo el efecto en cierta forma semejante, lo único
que diferencia desde este punto de vista la acción farmacológica de la acción psicoanalítica es que en la primera la acción suele ser única o por lo
menos estereotipada, y en esta última existe una permanente apertura del
campo y una reforma continua del agente terapéutico.
Resulta tentador pensar para un futuro en la existencia de un laboratorio “psicoanalítico” capaz de sintetizar continuamente “sustancias-interpretaciones” capaces de transformar la enfermedad en manos de quien no
comprende su interioridad, y prescriptas por aquellos que fueran capaces
de comprender solamente los sutiles matices de sus síntomas “externos”.
El “hombre” psicoanalista es hoy ese laboratorio, e ignoramos todavía
si algún día podrá “externalizarlo” y “disociar” de esta labor la “prescripción” y “aplicación” del remedio.
Queremos terminar con una metáfora, que hemos construido inspirados en Las ruinas circulares de Borges (1957a), aunque sólo nos sirva para
enriquecer la fantasía.

Pensaron...
Pensaron que un dios llamado Marciano fue creando, como producto
de una lenta evolución, las máquinas mineral, vegetal, animal y humana,
interrelacionadas entre sí por fenómenos como la fotosíntesis o la fecundación de las flores por los insectos.
Pensaron que éstas funcionaron así, interrelacionadas entre sí, durante
milenios, y que una de estas máquinas, el hombre, sintiéndose viva, e incapaz de conocer la fórmula de los circuitos impresos “pensados” por el dios
Marciano, y que la han hecho posible, tomó a estas fórmulas por sustancias
esenciales, “no pensadas”, existentes “de por sí”, y vacías de la “interioridad” que él poseía. Pensaron que por eso lo asombró al hombre durante un
tiempo la “casualidad” de que pudieran inyectarse a un ser humano, y con
un efecto definido, “transistores” que, como la morfina, provenían de una
planta vegetal a la cual éste no reconocía del todo como hermana.
Pensaron que esto no había cambiado, que el hombre, un robot capaz de
trazar su propio programa, dio en crear a su vez a una máquina llamada cibernética, que estando casi tan “viva” como él, lo llevó a sentirse máquina y
Dios al mismo tiempo, y a suponer que el mismo Dios habría de preguntarse,
cuando observaba al hombre, surgido del programa que él mismo continuamente se creaba, cuál sería la fórmula de su propio circuito “divino”.
sólo al salir de “las ruinas circulares” pudieron las máquinas comprender que Dios crecía junto con ellas en la estructura del conjunto, al cual ellas
iban dando cada vez más vida y más “interioridad”, interrelacionadas entre
sí. y que desde la misma intimidad elemental de la trama “mineral y viva”
nacían las raíces de Dios junto con ellas, las máquinas, en cada sustancia.


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